¿México independiente? Sí, claro.
Y entonces puedo ponerme a reír a carcajadas de la obnubilación que manifestamos
el pueblo mexicano ante semejante tragicomedia… ¿bajo qué estándares determinar que México es independiente? ¿Independiente de qué o de quiénes? Para mí
sigue siendo más dependiente que nunca, porque aún no ha demostrado las agallas
del Ícaro volante alrededor del sol, no importando por supuesto, el riesgo de la fundición
de sus alas a cambio de conquistar la libertad.
México no es un pueblo que
sepa comunicarse y congraciarse entre sí. El primer ejército insurgente acabó
hecho cenizas ante la falta flagrante de organización. Ni un Huichilobos venido
de los más arcaicos cielos podría haber salvado esa primera etapa del ejército
mexicano. No había consistencia de estructura en el escenario político de aquella remota centuria; no
la hay ahora en nuestro sistema. Al igual que en las primeras décadas de vida independiente cada
quien sigue velando por sus propios intereses. El egoísmo de los sátrapas que nos gobiernan impera, sin más.
Es gracioso pensar cómo nuestros actuales
dirigentes son tan parecidos a algunos de nuestros inestables ancestros:
ambiciosos, ventajosos y ciegos de poder: Santa Annas circulantes, Iturbides arrepentidos, pero eso sí, con
algo de recato, si es que así se le puede llamar a su hipocresía. Después de
todo la historia también tiene sus secretos turbios. Nadie de los actuales
mortales vivió en ese tiempo para dar voto de confianza a los hechos ocurridos.
Así que no nos creamos todo lo que nos exponen a pie juntillas y no nos aferremos
a creer esa irrisoria fabulación de que todo ocurrió como nos dicen los libros de texto gratuitos o cualquier publicación.
La carga de nuestra herencia colonial es
monumental y hay un viejo complejo de inferioridad que permanece inserto e inerme
en nuestros atribulados genes mestizos. Moctezuma en un inexplicable acto de
falta de comunicación, así como de sumisión absoluta, concedió la patria a
Cortés y sus partidarios por lo que durante trescientos años ellos transformaron
nuestra raza en un cúmulo de indios y mestizos tristes con miradas de malquerencia
y odio hacia sus colonizadores, pero de ahí no pasó: la aparente rebeldía que algunos de ellos pudieran
tener en contra de las imposiciones ibéricas fue sofocada por su
falta de argumentos ante el nuevo régimen. Y así sigue siendo, casi doscientos
años después de la aparente consumación de la independencia, los mexicanos no
hemos logrado consolidar nuestra emancipación porque no conseguimos saber, paradójicamente, en qué consiste.
¿Hace falta mencionar todas las acciones de privatización emprendidas por
Calderón? ¿Es preciso hacer notar la ya de por sí ilimitada presencia de las
empresas trasnacionales por todo el territorio nacional? ¿Será oportuno sacar a
colación la avasalladora influencia de la lengua anglosajona en nuestro propio lenguaje?
Estoy
de acuerdo en que todo sincretismo sea necesario para enriquecer la cultura, la
economía y la sociedad, así como aumentar el bagaje de usanzas en cierto país,
pero he de decirlo: en el nuestro esto no es cooperar, esto se ha transformado ya
en dominación, y lo peor de todo, dominación en muchos terrenos, no sólo en los
que mencioné con anterioridad.
Está claro que no hay qué dejar de agradecer la
plausible labor de nuestros héroes históricos, ni desdeñar las arriesgadas
acciones que emprendieron en su momento para dar un giro a la decadente situación mexicana de aquellos años, pero sus esfuerzos han tenido mucho
más mérito en las primeros albores, posteriores a la firma de los Tratados de Córdoba, que hoy en día. En
pleno siglo XXI no somos un país verdaderamente independiente y esa es la cruda realidad; únicamente basta con echar un vistazo a los grilletes que nos acechan sin tregua alrededor y sin
embargo es necesario mencionarlo también: este es mi punto de vista; es sólo mi humilde
opinión.