Finalmente esta fue la irrevocable decisión de la mayoría de
los mexicanos en edad de votar. No se trata de deprimirse, llorar, huir del
país o hacer plantones en capitales avenidas del centro de la ciudad de México.
Fue estupendo haber logrado una participación histórica; fue aún mejor notar
que los ciudadanos se muestran más maduros y más conscientes de lo que ocurre a
su alrededor.Ya no estamos en tiempos de creer que una persona o un grupo de
personas pueden resolver nuestros problemas como país, pues eso lo sabíamos
hacía mucho, sin embargo nos negábamos a aceptarlo. Sí hubo inconsistencias,
hubo también muchas anomalías, pero la diferencia entre elecciones pasadas y
actuales, es que ahora existen abundantes tecnologías de la información que nos
permiten enterarnos de los aconteceres de manera más rápida y evidente. Lo malo
es que aún sabiéndolo, lo aceptamos.
Es preciso despertar, es necesario que leamos más; que veamos
menos televisión nociva;que compartamos ideas; que reforcemos nuestros ya tan
perdidos valores, pero sobre todo, que trabajemos en conjunto como integrantes
de la nación que conformamos. ¿En qué medida servirá esto? Muy sencillo:
tendremos argumentos suficientes para exigir sin reparo a nuestros dirigentes
que cumplan con sus promisorias propuestas sin temor a equivocarnos o a que
pasen por encima de nuestros derechos.
La desunión y desinformación son dos brutales estocadas que
nos han abatido desde hace muchos años como compatriotas. No seamos tontos.
Primero debemos aprender a ver (yo diría observar atentamente), escuchar y
callar antes de actuar. No se trata de quedarnos con la opinión de dos o tres
personas que nos caen bien y que por su cercanía afectiva con nosotros resultan
garantía de autenticidad. Debemos de formarnos un criterio propio: leer los
periódicos “entre letras”; poner el acento en sus tendencias, a quién atacan y
a quién defienden y porqué; cómo manejan las imágenes y los encabezados,
destacar la manera en que presentan la información y el espacio que le dan; en
los medios televisivos no ver uno sólo, sino todos los que se puedan analizar
en sus puntos negativos y positivos, para confrontarlos entre sí. Lo mismo con
la radio. Hagamos caso a la difuminada voz de Mark Twain que susurra: “una
mentira puede estar dando la vuelta al mundo, mientras la verdad se está
poniendo los zapatos”. No critiquemos sin antes saber un porcentaje aceptable
de “realidad”, no opinemos si no estamos seguros de lo que queremos decir.
Empecemos, mexicanos, por interesarnos en lo que ocurre en la política de
nuestro país.
No digamos que la política nos da flojera porque por eso es
más fácil que pasen por encima de nosotros sin que tengamos tiempo de recobrar
el aliento para reclamar a voz en cuello y con justa razón. Seamos unos
ciudadanos a la altura de nuestro país ¿Cómo? Tirando la basura en su lugar, no
manejando ebrio, respetando los lugares de las filas, respetando los altos de
los semáforos, tratando con respeto y amabilidad a las personas a quienes prestamos
un servicio, cuidando el agua, evitando quedarnos con cambios o devolviendo
dinero restante de las cuentas, no envidiando a los que han progresado
limpiamente, no buscando el interés meramente personal... en fin, la lista es
larga.
Los Estados Unidos Mexicanos no será un país diferente en
tanto nocomencemos a remover fuerzas obsoletas y frenadoras desde nuestra
propia individualidad. No, la nación mexicana no es tonta o estúpida.
Ese no es más que un viejo complejo de inferioridad que
durante decenas de años han tratado de insertar con clavos de concreto en
nuestras cabezas. México no es pendejo por haber elegido a equis presidente;
México es pendejo porque no se da cuenta de que tiene un poder más grande que
elegir a cualquier candidato y ese poder es la propia persona de cadaefigie de
raza broncínea: una carbónica piedra en bruto a la que se puede rebajar, pulir
y sacar brillo hasta convertirla en un auténtico diamante. Imaginemos por un
momento qué situación se originaría con millones de diamantes brillando a lo
largo y ancho del cuerno de la abundancia; causarían codicia ante los ojos
rapaces, pero serían muy difíciles de obtener porque costó muy cara su
transformación.
La cuestión no es hacer movilizaciones, enfrentamientos o
derramamientos innecesarios de sangre; ya la historia de varias latitudes del
globo se ha encargado de darnos un soberano bofetón en la cara y gritarnos que
la violencia no es la vía más adecuada para poner o quitar a un presidente, ya
que violencia genera más violencia en una inexorable cadena sin fin. Quizá sea
más prudente centrar desde este instante la atención en uno mismo, comenzar
desde adentro informándonos y reconociendo nuestras fallas cívicas; tal vez en
un futuro no muy lejano tengamos verdaderas armas ideológicas para atacar
inteligentemente y con fundamento y entonces, sólo así, las figuras del poder
evitarán callarnos la boca por sumisión o imposición. No me agrada para nada
admitirlo, pero México, en este justo punto de su historia,no está preparado
para un movimiento radical de gran magnitud. Esto se verá cristalizado cuando
hayamos lanzado el último puño de tierra sobre la tumba de los intereses
individuales y el egoísmo imperante en cada alma azteca de esta volcada patria.
Nancy Sánchez Domínguez