domingo, 26 de agosto de 2012

La sincronicidad de Jung en el cuento "La flor amarilla" de Julio Cortázar.


Una flor amarilla llamó mi atención por dos aspectos fundamentales: el primero, el título del cuento, para ser un relato del gran Cortázar se presenta ante mis ojos  como material de otra especie. No lo sé, de momento me trajo a la cabeza la triste e historia de una pobre flor amarilla que sucumbe ante los embates de la naturaleza, o quizá, el singular relato de una flor excepcional, única en el mundo con poderes curativos extraordinarios. Cualquier alternativa semántica supuso para mí el título de este cuento, excepto la que realmente tiene dentro de la narración.

Si uno menciona a Cortázar en una plática despreocupada de artificios del lenguaje y libre de discusiones dignas de tertulia literaria, seguramente la agilidad de la mente del interlocutor estudiado lo trasladará a “Rayuela” o a “Bestiario”, pero ¿mencionar que escribió un cuento llamado Una flor amarilla? El citado interlocutor tal vez compondrá una expresión de franca extrañeza. No hay de qué preocuparse – le diría yo-, a mí me sucedió exactamente lo mismo y me sorprendí hasta hallar el encanto de disfrutar la trama antes que analizarla. Lo más curioso de todo es que parte de la teoría sobre la cual trataré en este trabajo, se hizo patente de alguna forma. El desarrollo de las acciones de Una flor amarilla ocurre en un autobús cuyo número es 95. Yo leía ese cuento mientras viajaba en equivalente transporte, sólo que no había ningún Luc que me presentara la idea de una casualidad no casual (afortunadamente).

Pero está bien, no más préambulos. Iré pues al asunto que me compete en este ensayo. Comenzaré brevemente hablando de la trama de este cuento. Dos hombres beben en un bistró francés. Uno de ellos se acercó previamente al otro para contarle su extraña y casi irreal historia, en la cual viajando en el metro de París, se había encontrado con un chico de trece años que al parecer era él mismo. Se acercó a preguntarle cualquier cosa para trabar contacto con él al grado de intimar con la madre y el tío. Todo lo que había vivido Luc, se había cumplido rigurosamente en la infancia del protagonista del cuento. Luc era una figura análoga de éste como si se tratara de un mundo paralelo. Así estuvo conviviendo con el niño hasta su fallecimiento y el protagonista cambió su preconcebida idea de inmortalidad. Lo que quedó en su mente fue la idea de la existencia de  otro Luc, en cualquier lugar y en cualquier parte, quizá con otro nombre pero proclive a repetir su historia en una cadena sin fin.

Para acudir a una vinculación del concepto de sincronicidad, empezaré por definir el término. Se conoce como sincronicidad a “la coincidencia entre una imagen mental y un hecho exterior objetivo que no están vinculados causalmente, pero que establecen entre sí una relación de significación”[1]

Este hecho puede ser explicado en la cotidianidad de nuestras experiencias. Se transforma  en evento común cuando, por ejemplo, pensamos en una persona y aparece ésta de pronto sin que nos lo esperáramos. En el caso del cuento sometido a este estudio, se puede determinar el principio de sincronicidad en las figuras de Luc y del protagonista (del cual no se menciona nombre). Todo comienza como un descubrimiento casual pero cuando el protagonista comienza a ahondar en la observación detallada el mundo  revelado ante sus ojos éste desemboca en un hecho totalmente sorpresivo y novedoso. Un chico de trece años idéntico a como lo fue él en esa edad se le muestra.la posibilidad de que haya coincido con un pensamiento fugaz previo en la mente del Luc adulto sugiere de algún modo una certeza de sincronicidad.  

“Cortázar, como sus dobles literarios es perseguidor. Uno que busca, que rebusca e indaga, que se mueve hacia una meta, siempre a la caza de algo”[2] acecha desde prudente distancia como un observador experimentado, pero a veces la mente tiene sus saltos, sus recovecos, sus proyecciones… Cortázar siempre se proclamó a favor de lo mágico, de lo que podía ser considerado como irracional. Sus propias vivencias avalaban muchos de sus relatos y ponían el toque supremo a la aventura en las hojas de papel. Sin embargo ¿qué me hace pensar que había una presencia –o un atisbo quizá-  de este principio de sincronicidad en Una flor amarilla?

Ignacio Solares comenta sobre Cortázar en este sentido:

Por lo general uno encuentra lo que inconscientemente busca (de ahí que “más pena pueden causar las plegarias atendidas que las no atendidas” según Santa Teresa) Uno puede tropezarse con infinidad de personas en la calle y el hecho no tener ninguna consecuencia en sus vidas. Pero seguro la tendrá cuando ese encuentro no ha sido casual, cuando ha sido provocado por las fuerzas invisibles que operan por sobre (y por dentro) de nosotros. El tiempo se encarga de colocar los hechos en su debido rango y situaciones que en un inicio parecían triviales se revelan luego – quizás en el instante mismo de la muerte- en toda su trascendencia.[3]

Y ya lo creo que el encuentro entre Luc y el protagonista de la historia tendría consecuencias de ese talante. Iré por partes.  La frase de Santa Teresa es a propósito muy adecuada para definir la angustia que el protagonista siente ante ese encuentro poco casual. Si sólo se hubiera limitado a mirar a Luc con algo de curiosidad más sin intervenir en su plan de vida, probablemente el misterio terrible no se hubiera revelado ante sus ojos. Esto no pudo ocurrir por dos razones: la primera y más significativa; sin este hecho no habría podido urdirse una historia fantástica al estilo puramente cortazariano y dos: el principio de sincronicidad  aparece porque el encuentro entre Luc adolescente y Luc adulto ya estaba previsto, de alguna forma desconocida.

“Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando el perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad”[4] Reitero el pensamiento de Solares cuando habla de los encuentros no casuales, provocados tal vez por las fuerzas internas de nosotros. En esta línea el Luc adulto estuvo pensando de algún  modo en la manera de reencontrarse con su parte infantil extraviada como deseando enderezar el torcido canino que habían tomado las cosas en su vida. Luc adulto se quejaba de su vida mediocre, atado al bistró francés por el alcohol, sólo que en lugar de ayudar al joven Luc a encauzar nuevamente su destino; cada detalle cumplido al pie de la letra, análogamente, le reconfirmaba un destino que se repetiría hasta el infinito, en las mismas apariencias, pero bajo otros nombres:

Lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada qué hacerle[5] 

Cortázar decía que no bastaba escribir cuentos fantásticos por el mero gusto de hacerlo, sino que había qué creer en el hecho fantástico y además haber vivido aunque fuera alguno para comprender esa magia no obediente a las leyes de la naturaleza. Sobreviene entonces la fatalidad de un hecho que escapa la comprensión a punto de cumplirse rigurosamente de acuerdo a un “plan”, cuyo diseño y propósito toman un cariz intrigante y desconocido. Yo me precio de haber percibido una sensación muy semejante a la de Luc adulto ante el encuentro de una figura infantil con rasgos y acciones semejantes a las mías. A diferencia de él, yo no intervine en la vida de esa pequeña niña que vi precisamente en el metro. Sin embargo, al analizar esta cuestión me pregunto ¿esa niña habrá sido el reflejo vivo de algo que yo he estado buscando inconscientemente?

Según un pensamiento del literato Arthur Koestler: “Al respecto dice Shopenhauer: El destino de cada individuo encaja, invariablemente con el destino de otro, siendo cada cual el héroe de su propio drama mientras figura, simultáneamente en un drama que le es ajeno. Todo esto es algo que escapa a nuestro poder de comprensión y cuya posibilidad sólo podemos concebir en virtud de una maravillosa armonía preestablecida.[6]

Por si acaso concederé que esos encuentros inesperados tengan algo de “armonioso”. Pero cuando la psique del individuo que los vive no está lo suficientemente preparada para afrontarlo, sin duda verá en ellos algo de siniestro. Luc adulto, el protagonista de la historia contrario a esa suerte de “armonía” por encontrarse con Luc adolescente; sintió alivio cuando éste desapareció de la tierra al morir. El niño Luc no iba a repetir su historia de mediocridad porque era el primer mortal.

Luego para  rematar, viene la flor amarilla como un descubrimiento aún mayor:

Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces…Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que habría creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor.

Atendiendo a este principio de sincronicidad, la flor era la reconfirmación del pensamiento divagante de Luc adulto. De pronto comprendió lo que le había orillado a seguir la pista a la vida del otro Luc, No fue un encuentro casual, antes de conocer al tímido Luc, no tenía una definición certera entre los límites imprecisos de la existencia y la no existencia. La flor amarilla con su candor y sencillez llegó al encuentro directo con Luc adulto. La flor constituye un símbolo de vitalidad y belleza, la vida de este hombre no tenía nada de eso. Su mente merodeaba en torno a ello quizá, sumiéndolo en reflexiones pasadas y en su reciente encuentro con un ser idéntico a él.

La flor amarilla constituyó el encuentro definitivo. La historia de Luc (la de él mismo) iba a repetirse en una cadena sin término. Quizá todo fue producto de un sueño, quizá el mismo se encargó de atraer a Luc para que le hiciera ver la importancia de su existencia a través de aquella flor amarilla. El inconsciente tiene inexplorados y vastos caminos que la mayor parte de las veces nos cuesta comprender. ¿Será casualidad la llegada de este cuento a mis manos? Tal vez en el curso de mi trayecto hacia la universidad encuentre algo o a alguien que ha estado pasando por mi cabeza. Espero no se trate de Luc.

 

BIBLIOGRAFÍA

Cortázar, Julio. Los relatos. “Una flor amarilla”. España: Círculo de lectores, 1974, 591p.

 Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. México: Fondo de cultura económica, 2002.

 Veranini, Francesco, Viaje literario por América latina, trad. Attilio Pentimalli, Barcelona: El acantilado, 1998, 831 p.

 

FUENTES ELECTRÓNICAS

 

Gómez, Rincón Carlos Miguel. La sincronicidad como principio de interpretación
para un mundo unitario en la obra de C. G. Jung, junio. 2002 < http://www.adepac.org/P06-4.htm>, 3.dic.2010.

 

 






[1] Gómez, Rincón Carlos Miguel. La sincronicidad como principio de interpretación
para un mundo unitario en la obra de C. G. Jung, junio. 2002 < http://www.adepac.org/P06-4.htm>, 3.dic.2010.
[2] Veranini, Francesco, Viaje literario por América latina, trad. Attilio Pentimalli, Barcelona: El acantilado, 1998, p. 288.
[3] Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. México: Fondo de cultura económica, 2002, p. 91
[4] Cortázar, Julio. Los relatos. “Una flor amarilla”. España: Círculo de lectores, 1974, p. 426.
[5] Ídem, pp. 428-429
[6][6] Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. “XI. La sincronicidad, Arthur Koestler”, p. 92