sábado, 15 de septiembre de 2012

MÉXICO DEPENDIENTE


¿México independiente? Sí, claro. Y entonces puedo ponerme a reír a carcajadas de la obnubilación que manifestamos el pueblo mexicano ante semejante tragicomedia… ¿bajo qué estándares  determinar que México es independiente?  ¿Independiente de qué o de quiénes? Para mí sigue siendo más dependiente que nunca, porque aún no ha demostrado las agallas del Ícaro volante alrededor del sol, no importando por supuesto, el riesgo de la fundición de sus alas a cambio de conquistar la libertad.
México no es un pueblo que sepa comunicarse y congraciarse entre sí. El primer ejército insurgente acabó hecho cenizas ante la falta flagrante de organización. Ni un Huichilobos venido de los más arcaicos cielos podría haber salvado esa primera etapa del ejército mexicano. No había consistencia de estructura en el escenario político de aquella remota centuria; no la hay ahora en nuestro sistema. Al igual que en las primeras décadas de vida independiente cada quien sigue velando por sus propios intereses. El egoísmo de los sátrapas que nos gobiernan impera, sin más.  
Es gracioso pensar cómo nuestros actuales dirigentes son tan parecidos a algunos de nuestros inestables ancestros: ambiciosos, ventajosos y ciegos de poder: Santa Annas circulantes, Iturbides arrepentidos, pero eso sí, con algo de recato, si es que así se le puede llamar a su hipocresía. Después de todo la historia también tiene sus secretos turbios. Nadie de los actuales mortales vivió en ese tiempo para dar voto de confianza a los hechos ocurridos. Así que no nos creamos todo lo que nos exponen a pie juntillas y no nos aferremos a creer esa irrisoria fabulación de que todo ocurrió como nos dicen los libros de texto gratuitos o cualquier publicación. 
La carga de nuestra herencia colonial es monumental y hay un viejo complejo de inferioridad que permanece inserto e inerme en nuestros atribulados genes mestizos. Moctezuma en un inexplicable acto de falta de comunicación, así como de sumisión absoluta, concedió la patria a Cortés y sus partidarios por lo que durante trescientos años ellos transformaron nuestra raza en un cúmulo de indios y mestizos tristes con miradas de malquerencia y odio hacia sus colonizadores, pero de ahí no pasó: la aparente rebeldía que algunos de ellos pudieran tener en contra de las imposiciones ibéricas fue sofocada por su falta de argumentos ante el nuevo régimen. Y así sigue siendo, casi doscientos años después de la aparente consumación de la independencia, los mexicanos no hemos logrado consolidar nuestra emancipación porque no conseguimos saber, paradójicamente, en qué consiste.
¿Hace falta mencionar todas las acciones de privatización emprendidas por Calderón? ¿Es preciso hacer notar la ya de por sí ilimitada presencia de las empresas trasnacionales por todo el territorio nacional? ¿Será oportuno sacar a colación la avasalladora influencia de la lengua anglosajona en nuestro propio lenguaje?   Estoy de acuerdo en que todo sincretismo sea necesario para enriquecer la cultura, la economía y la sociedad, así como aumentar el bagaje de usanzas en cierto país, pero he de decirlo: en el nuestro esto no es cooperar, esto se ha transformado ya en dominación, y lo peor de todo, dominación en muchos terrenos, no sólo en los que mencioné con anterioridad.
Está claro que no hay qué dejar de agradecer la plausible labor de nuestros héroes históricos, ni desdeñar las arriesgadas acciones que emprendieron en su momento para dar un giro a la decadente situación mexicana de aquellos años, pero sus esfuerzos han tenido mucho más mérito en las primeros albores, posteriores a la firma de los Tratados de Córdoba, que hoy en día. En pleno siglo XXI no somos un país verdaderamente independiente y esa es la cruda realidad; únicamente basta con echar un vistazo a los grilletes que nos acechan sin tregua alrededor y sin embargo es necesario mencionarlo también: este es mi punto de vista; es sólo mi humilde opinión.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Acróstico


Tantos minutos tiene el día

Uno de ellos elijo,

Separo un sólo instante del tiempo que

Estamos compartiendo.

No sé si suelo ser evidente

Cuando aíslo este minuto.

Algunos pensamientos pueblan mi mente

Nuevos, antiguos, reales, ficticios, pero

Todos con sentido coherente.

A través de las palabras y los silencios

Difumino lo que  eres; y lo que yo soy

Oigo atenta lo que dices y lo que digo yo

Retorno a un camino de blandos contornos

En el cual transita una clara emoción.

Suelo, sólo en un punto de tu rostro, situar mi atención.

Oigo tu discurso; suspendo un poco la línea temporal

Juego a crear universos, momentos, misterios quiero develar.

Oso traspasar la distancia entre tu cara y la mía,

Sólo para ver encantada eso que, en este acróstico, inicia cada línea.



 

domingo, 26 de agosto de 2012

La sincronicidad de Jung en el cuento "La flor amarilla" de Julio Cortázar.


Una flor amarilla llamó mi atención por dos aspectos fundamentales: el primero, el título del cuento, para ser un relato del gran Cortázar se presenta ante mis ojos  como material de otra especie. No lo sé, de momento me trajo a la cabeza la triste e historia de una pobre flor amarilla que sucumbe ante los embates de la naturaleza, o quizá, el singular relato de una flor excepcional, única en el mundo con poderes curativos extraordinarios. Cualquier alternativa semántica supuso para mí el título de este cuento, excepto la que realmente tiene dentro de la narración.

Si uno menciona a Cortázar en una plática despreocupada de artificios del lenguaje y libre de discusiones dignas de tertulia literaria, seguramente la agilidad de la mente del interlocutor estudiado lo trasladará a “Rayuela” o a “Bestiario”, pero ¿mencionar que escribió un cuento llamado Una flor amarilla? El citado interlocutor tal vez compondrá una expresión de franca extrañeza. No hay de qué preocuparse – le diría yo-, a mí me sucedió exactamente lo mismo y me sorprendí hasta hallar el encanto de disfrutar la trama antes que analizarla. Lo más curioso de todo es que parte de la teoría sobre la cual trataré en este trabajo, se hizo patente de alguna forma. El desarrollo de las acciones de Una flor amarilla ocurre en un autobús cuyo número es 95. Yo leía ese cuento mientras viajaba en equivalente transporte, sólo que no había ningún Luc que me presentara la idea de una casualidad no casual (afortunadamente).

Pero está bien, no más préambulos. Iré pues al asunto que me compete en este ensayo. Comenzaré brevemente hablando de la trama de este cuento. Dos hombres beben en un bistró francés. Uno de ellos se acercó previamente al otro para contarle su extraña y casi irreal historia, en la cual viajando en el metro de París, se había encontrado con un chico de trece años que al parecer era él mismo. Se acercó a preguntarle cualquier cosa para trabar contacto con él al grado de intimar con la madre y el tío. Todo lo que había vivido Luc, se había cumplido rigurosamente en la infancia del protagonista del cuento. Luc era una figura análoga de éste como si se tratara de un mundo paralelo. Así estuvo conviviendo con el niño hasta su fallecimiento y el protagonista cambió su preconcebida idea de inmortalidad. Lo que quedó en su mente fue la idea de la existencia de  otro Luc, en cualquier lugar y en cualquier parte, quizá con otro nombre pero proclive a repetir su historia en una cadena sin fin.

Para acudir a una vinculación del concepto de sincronicidad, empezaré por definir el término. Se conoce como sincronicidad a “la coincidencia entre una imagen mental y un hecho exterior objetivo que no están vinculados causalmente, pero que establecen entre sí una relación de significación”[1]

Este hecho puede ser explicado en la cotidianidad de nuestras experiencias. Se transforma  en evento común cuando, por ejemplo, pensamos en una persona y aparece ésta de pronto sin que nos lo esperáramos. En el caso del cuento sometido a este estudio, se puede determinar el principio de sincronicidad en las figuras de Luc y del protagonista (del cual no se menciona nombre). Todo comienza como un descubrimiento casual pero cuando el protagonista comienza a ahondar en la observación detallada el mundo  revelado ante sus ojos éste desemboca en un hecho totalmente sorpresivo y novedoso. Un chico de trece años idéntico a como lo fue él en esa edad se le muestra.la posibilidad de que haya coincido con un pensamiento fugaz previo en la mente del Luc adulto sugiere de algún modo una certeza de sincronicidad.  

“Cortázar, como sus dobles literarios es perseguidor. Uno que busca, que rebusca e indaga, que se mueve hacia una meta, siempre a la caza de algo”[2] acecha desde prudente distancia como un observador experimentado, pero a veces la mente tiene sus saltos, sus recovecos, sus proyecciones… Cortázar siempre se proclamó a favor de lo mágico, de lo que podía ser considerado como irracional. Sus propias vivencias avalaban muchos de sus relatos y ponían el toque supremo a la aventura en las hojas de papel. Sin embargo ¿qué me hace pensar que había una presencia –o un atisbo quizá-  de este principio de sincronicidad en Una flor amarilla?

Ignacio Solares comenta sobre Cortázar en este sentido:

Por lo general uno encuentra lo que inconscientemente busca (de ahí que “más pena pueden causar las plegarias atendidas que las no atendidas” según Santa Teresa) Uno puede tropezarse con infinidad de personas en la calle y el hecho no tener ninguna consecuencia en sus vidas. Pero seguro la tendrá cuando ese encuentro no ha sido casual, cuando ha sido provocado por las fuerzas invisibles que operan por sobre (y por dentro) de nosotros. El tiempo se encarga de colocar los hechos en su debido rango y situaciones que en un inicio parecían triviales se revelan luego – quizás en el instante mismo de la muerte- en toda su trascendencia.[3]

Y ya lo creo que el encuentro entre Luc y el protagonista de la historia tendría consecuencias de ese talante. Iré por partes.  La frase de Santa Teresa es a propósito muy adecuada para definir la angustia que el protagonista siente ante ese encuentro poco casual. Si sólo se hubiera limitado a mirar a Luc con algo de curiosidad más sin intervenir en su plan de vida, probablemente el misterio terrible no se hubiera revelado ante sus ojos. Esto no pudo ocurrir por dos razones: la primera y más significativa; sin este hecho no habría podido urdirse una historia fantástica al estilo puramente cortazariano y dos: el principio de sincronicidad  aparece porque el encuentro entre Luc adolescente y Luc adulto ya estaba previsto, de alguna forma desconocida.

“Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando el perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad”[4] Reitero el pensamiento de Solares cuando habla de los encuentros no casuales, provocados tal vez por las fuerzas internas de nosotros. En esta línea el Luc adulto estuvo pensando de algún  modo en la manera de reencontrarse con su parte infantil extraviada como deseando enderezar el torcido canino que habían tomado las cosas en su vida. Luc adulto se quejaba de su vida mediocre, atado al bistró francés por el alcohol, sólo que en lugar de ayudar al joven Luc a encauzar nuevamente su destino; cada detalle cumplido al pie de la letra, análogamente, le reconfirmaba un destino que se repetiría hasta el infinito, en las mismas apariencias, pero bajo otros nombres:

Lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada qué hacerle[5] 

Cortázar decía que no bastaba escribir cuentos fantásticos por el mero gusto de hacerlo, sino que había qué creer en el hecho fantástico y además haber vivido aunque fuera alguno para comprender esa magia no obediente a las leyes de la naturaleza. Sobreviene entonces la fatalidad de un hecho que escapa la comprensión a punto de cumplirse rigurosamente de acuerdo a un “plan”, cuyo diseño y propósito toman un cariz intrigante y desconocido. Yo me precio de haber percibido una sensación muy semejante a la de Luc adulto ante el encuentro de una figura infantil con rasgos y acciones semejantes a las mías. A diferencia de él, yo no intervine en la vida de esa pequeña niña que vi precisamente en el metro. Sin embargo, al analizar esta cuestión me pregunto ¿esa niña habrá sido el reflejo vivo de algo que yo he estado buscando inconscientemente?

Según un pensamiento del literato Arthur Koestler: “Al respecto dice Shopenhauer: El destino de cada individuo encaja, invariablemente con el destino de otro, siendo cada cual el héroe de su propio drama mientras figura, simultáneamente en un drama que le es ajeno. Todo esto es algo que escapa a nuestro poder de comprensión y cuya posibilidad sólo podemos concebir en virtud de una maravillosa armonía preestablecida.[6]

Por si acaso concederé que esos encuentros inesperados tengan algo de “armonioso”. Pero cuando la psique del individuo que los vive no está lo suficientemente preparada para afrontarlo, sin duda verá en ellos algo de siniestro. Luc adulto, el protagonista de la historia contrario a esa suerte de “armonía” por encontrarse con Luc adolescente; sintió alivio cuando éste desapareció de la tierra al morir. El niño Luc no iba a repetir su historia de mediocridad porque era el primer mortal.

Luego para  rematar, viene la flor amarilla como un descubrimiento aún mayor:

Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces…Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que habría creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor.

Atendiendo a este principio de sincronicidad, la flor era la reconfirmación del pensamiento divagante de Luc adulto. De pronto comprendió lo que le había orillado a seguir la pista a la vida del otro Luc, No fue un encuentro casual, antes de conocer al tímido Luc, no tenía una definición certera entre los límites imprecisos de la existencia y la no existencia. La flor amarilla con su candor y sencillez llegó al encuentro directo con Luc adulto. La flor constituye un símbolo de vitalidad y belleza, la vida de este hombre no tenía nada de eso. Su mente merodeaba en torno a ello quizá, sumiéndolo en reflexiones pasadas y en su reciente encuentro con un ser idéntico a él.

La flor amarilla constituyó el encuentro definitivo. La historia de Luc (la de él mismo) iba a repetirse en una cadena sin término. Quizá todo fue producto de un sueño, quizá el mismo se encargó de atraer a Luc para que le hiciera ver la importancia de su existencia a través de aquella flor amarilla. El inconsciente tiene inexplorados y vastos caminos que la mayor parte de las veces nos cuesta comprender. ¿Será casualidad la llegada de este cuento a mis manos? Tal vez en el curso de mi trayecto hacia la universidad encuentre algo o a alguien que ha estado pasando por mi cabeza. Espero no se trate de Luc.

 

BIBLIOGRAFÍA

Cortázar, Julio. Los relatos. “Una flor amarilla”. España: Círculo de lectores, 1974, 591p.

 Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. México: Fondo de cultura económica, 2002.

 Veranini, Francesco, Viaje literario por América latina, trad. Attilio Pentimalli, Barcelona: El acantilado, 1998, 831 p.

 

FUENTES ELECTRÓNICAS

 

Gómez, Rincón Carlos Miguel. La sincronicidad como principio de interpretación
para un mundo unitario en la obra de C. G. Jung, junio. 2002 < http://www.adepac.org/P06-4.htm>, 3.dic.2010.

 

 






[1] Gómez, Rincón Carlos Miguel. La sincronicidad como principio de interpretación
para un mundo unitario en la obra de C. G. Jung, junio. 2002 < http://www.adepac.org/P06-4.htm>, 3.dic.2010.
[2] Veranini, Francesco, Viaje literario por América latina, trad. Attilio Pentimalli, Barcelona: El acantilado, 1998, p. 288.
[3] Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. México: Fondo de cultura económica, 2002, p. 91
[4] Cortázar, Julio. Los relatos. “Una flor amarilla”. España: Círculo de lectores, 1974, p. 426.
[5] Ídem, pp. 428-429
[6][6] Solares, Ignacio. Imagen de Julio Cortázar. “XI. La sincronicidad, Arthur Koestler”, p. 92

sábado, 25 de agosto de 2012

Y después del 1 de julio... ¿qué?


Finalmente esta fue la irrevocable decisión de la mayoría de los mexicanos en edad de votar. No se trata de deprimirse, llorar, huir del país o hacer plantones en capitales avenidas del centro de la ciudad de México. Fue estupendo haber logrado una participación histórica; fue aún mejor notar que los ciudadanos se muestran más maduros y más conscientes de lo que ocurre a su alrededor.Ya no estamos en tiempos de creer que una persona o un grupo de personas pueden resolver nuestros problemas como país, pues eso lo sabíamos hacía mucho, sin embargo nos negábamos a aceptarlo. Sí hubo inconsistencias, hubo también muchas anomalías, pero la diferencia entre elecciones pasadas y actuales, es que ahora existen abundantes tecnologías de la información que nos permiten enterarnos de los aconteceres de manera más rápida y evidente. Lo malo es que aún sabiéndolo, lo aceptamos.

 

Es preciso despertar, es necesario que leamos más; que veamos menos televisión nociva;que compartamos ideas; que reforcemos nuestros ya tan perdidos valores, pero sobre todo, que trabajemos en conjunto como integrantes de la nación que conformamos. ¿En qué medida servirá esto? Muy sencillo: tendremos argumentos suficientes para exigir sin reparo a nuestros dirigentes que cumplan con sus promisorias propuestas sin temor a equivocarnos o a que pasen por encima de nuestros derechos.

 

La desunión y desinformación son dos brutales estocadas que nos han abatido desde hace muchos años como compatriotas. No seamos tontos. Primero debemos aprender a ver (yo diría observar atentamente), escuchar y callar antes de actuar. No se trata de quedarnos con la opinión de dos o tres personas que nos caen bien y que por su cercanía afectiva con nosotros resultan garantía de autenticidad. Debemos de formarnos un criterio propio: leer los periódicos “entre letras”; poner el acento en sus tendencias, a quién atacan y a quién defienden y porqué; cómo manejan las imágenes y los encabezados, destacar la manera en que presentan la información y el espacio que le dan; en los medios televisivos no ver uno sólo, sino todos los que se puedan analizar en sus puntos negativos y positivos, para confrontarlos entre sí. Lo mismo con la radio. Hagamos caso a la difuminada voz de Mark Twain que susurra: “una mentira puede estar dando la vuelta al mundo, mientras la verdad se está poniendo los zapatos”. No critiquemos sin antes saber un porcentaje aceptable de “realidad”, no opinemos si no estamos seguros de lo que queremos decir. Empecemos, mexicanos, por interesarnos en lo que ocurre en la política de nuestro país.

 

No digamos que la política nos da flojera porque por eso es más fácil que pasen por encima de nosotros sin que tengamos tiempo de recobrar el aliento para reclamar a voz en cuello y con justa razón. Seamos unos ciudadanos a la altura de nuestro país ¿Cómo? Tirando la basura en su lugar, no manejando ebrio, respetando los lugares de las filas, respetando los altos de los semáforos, tratando con respeto y amabilidad a las personas a quienes prestamos un servicio, cuidando el agua, evitando quedarnos con cambios o devolviendo dinero restante de las cuentas, no envidiando a los que han progresado limpiamente, no buscando el interés meramente personal... en fin, la lista es larga.

Los Estados Unidos Mexicanos no será un país diferente en tanto nocomencemos a remover fuerzas obsoletas y frenadoras desde nuestra propia individualidad. No, la nación mexicana no es tonta o estúpida.

 

Ese no es más que un viejo complejo de inferioridad que durante decenas de años han tratado de insertar con clavos de concreto en nuestras cabezas. México no es pendejo por haber elegido a equis presidente; México es pendejo porque no se da cuenta de que tiene un poder más grande que elegir a cualquier candidato y ese poder es la propia persona de cadaefigie de raza broncínea: una carbónica piedra en bruto a la que se puede rebajar, pulir y sacar brillo hasta convertirla en un auténtico diamante. Imaginemos por un momento qué situación se originaría con millones de diamantes brillando a lo largo y ancho del cuerno de la abundancia; causarían codicia ante los ojos rapaces, pero serían muy difíciles de obtener porque costó muy cara su transformación.

 

La cuestión no es hacer movilizaciones, enfrentamientos o derramamientos innecesarios de sangre; ya la historia de varias latitudes del globo se ha encargado de darnos un soberano bofetón en la cara y gritarnos que la violencia no es la vía más adecuada para poner o quitar a un presidente, ya que violencia genera más violencia en una inexorable cadena sin fin. Quizá sea más prudente centrar desde este instante la atención en uno mismo, comenzar desde adentro informándonos y reconociendo nuestras fallas cívicas; tal vez en un futuro no muy lejano tengamos verdaderas armas ideológicas para atacar inteligentemente y con fundamento y entonces, sólo así, las figuras del poder evitarán callarnos la boca por sumisión o imposición. No me agrada para nada admitirlo, pero México, en este justo punto de su historia,no está preparado para un movimiento radical de gran magnitud. Esto se verá cristalizado cuando hayamos lanzado el último puño de tierra sobre la tumba de los intereses individuales y el egoísmo imperante en cada alma azteca de esta volcada patria.
 





Nancy Sánchez Domínguez